Mi nombre es Alberto Lafarga. Me gradué como médico allá por la década de los 90.

Al fin podía ayudar a la gente a estar y a sentirse sanas.

Pero pronto me topé con la realidad.

Al hospital acudían gran cantidad de pacientes con dolor de cabeza, lumbalgia, cuadros de ansiedad, brotes de dolor incapacitante…todo un abanico de síntomas que volvían una y otra vez y, que aparecían cuando menos se los esperaba.

Comprendía su desasosiego cuando ni las pruebas de imagen ni las de laboratorio hallaban lesión que explicara y justificara sus síntomas. Faltaba una explicación a tanto sufrimiento que fuera más allá de los aspectos psicológicos de cada individuo.  

A medida que los años pasaban aumentaba la evidencia del fracaso de los fármacos para los casos de dolor persistente, mientras crecía el número de quienes lo padecían. Esta tendencia aún se mantiene.

Empecé a investigar qué se estaba haciendo con respecto al dolor en esas situaciones en otras partes del mundo. La Neurociencia aportaba nuevas ideas, percepción, aprendizaje, creencias, expectativas, placebo, nocebo… y una que no deja de sorprenderme, la plasticidad neuronal. La capacidad que tienen las redes y circuitos neuronales de modificarse a lo largo de toda la vida para adaptarse a distintos entornos.